El lobby
Tomás Boringer sólo escribió un poema. Fue en 1983, el
imperecedero Libertad:
Podría
hablar
de
las guirnaldas
pero
he decidido
que
no
Entonces, hubo boringerianos por todo el mundo. Se abrieron
escuelas boringerianas, asilos boringerianos. Ningún pensador de verdadera
talla en la época se privó de reinvindicar la figura de Boringer.
Foucault fue uno de los mas entusiastas. Alfonsín habló por
teléfono con Boringer la noche en que asumió.
“Boringer nada en el vegetal. Es verde si procede y azul
cuando cierran todos los estancos y hace frío y el autobús no llega.
(...)
Boringer es ese dios que tenés en cada bolsillo sin
saberlo ni beberlo...”
(extracto del poema-homenaje
a Boringer La revestiment du jour noir de Jacques Cousteau, 1984).
Y se formó una religión, un misticismo sobre las guirnaldas. Y su negación.
Los pliegues de las guirnaldas, sus colores, su mecer loco
en el viento de las noches de verano, todo esto nutrió e hizo crecer a la
poesía de la época. John Ashberry fue lo más parecido a un boringeriano puro
que podamos imaginar. Dicen que la correspondencia entre DeLillo y Boringer es
espeluznante.
Las aporías de las guirnaldas poblaron entonces las fantasías de los
estudiantes y las estudiantas de filosofía.
Focucault en el año de la publicación de Libertad,
cada mañana leía a Séneca en su ático, paría la pharresía posmoderna y, por qué
no decirlo también, se rascaba el orto y después lo olía. Y Boringer
probablemente era para Foucault en esa época una especie de guía oculto o, mejor: un
guardián de lo oculto. La certificación de que el anhelo loco de saber y
dominio de Occidente era capaz de destilar
sus propios antídotos.
“Boringer es nuestro antídoto letal” fue, de hecho,
la fórmula dialéctica que eligió Jean
Genet para definir magistralmente el paradigma Boringer.
Dios, que lejos nos queda esa época de libertad increíble.
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