Pitman
Un diciembre, -creo que yo tenía 14 y Miguel 13, nos mandaron a las academias Pitman. Todas las mañanas de nuestro primer mes de vacaciones. Mi vieja y mi tía tomaban algunas decisiones así, en bloque y nos re garcaban. Supongo que las tardes para el fútbol, los porros, los libros y la música les parecían suficientes. Tenían que meternos algún clavo a la mañana. Un curso intensivo de mecanografía.
Se desarrollaba en una gran sala con mesas largas en las que había máquinas de escribir puestas una al lado de la otra, una por cada alumno. Estábamos mezclados adultos y niños; la mecanografía no tiene edad. Las profesoras eran señoras viejas y gordas que usaban delantales celestes. Eran bastante rudas. Te agarraban el brazo para mostrarte cómo, te exigían mas rapidez en cada ejercicio. Había alumnos como fijos. Para nosotros era ese cursito de un mes y nunca mas, pero estábamos en la misma sala que muchos otros que parecían esclavos eternos. Aunque un poco esclavos parecíamos todos. Tengo la sensación de que nadie estaba ahí por elección propia. Era un piso primero o segundo de un edificio viejo de Santa Fé mas o menos a la altura de Azcuénaga o Larrea. Hacía un calor insoportable; me acuerdo de unos pisos de madera hechos mierda, que crujían. Entre los alumnos "fijos" había algunos que parecían ir hacía muchos años; mantenían una relación casi materno-filial con las instructoras. Eran dos o tres muchachos con síndrome de down que mecanografiaban bien. Al menos mucho mejor que nosotros los primeros días. Y creo que las profesoras sin decirlo los usaban como ejemplos para humillarnos e incentivarnos a mejorar: no podíamos hacerlo peor que esos condenados.
Como en tantas instituciones disciplinarias, los baños eran el único espacio de libertad individual de las academias Pitman.