Thursday, April 12, 2018

Pitman



Un diciembre, -creo que yo tenía 14 y Miguel 13, nos mandaron a las academias Pitman. Todas las mañanas de nuestro primer mes de vacaciones. Mi vieja y mi tía tomaban algunas decisiones así, en bloque y nos re garcaban. Supongo que las tardes para el fútbol, los porros, los libros y la música les parecían suficientes. Tenían que meternos algún clavo a la mañana. Un curso intensivo de mecanografía.

Se desarrollaba en una gran sala con mesas largas en las que había máquinas de escribir puestas una al lado de la otra, una por cada alumno. Estábamos mezclados adultos y niños; la mecanografía no tiene edad.  Las profesoras eran señoras viejas y gordas que usaban delantales celestes. Eran bastante rudas. Te agarraban el brazo para mostrarte cómo, te exigían mas rapidez en cada ejercicio. Había alumnos como fijos. Para nosotros era ese cursito de un mes y nunca mas, pero estábamos en la misma sala que muchos otros que parecían esclavos eternos. Aunque un poco esclavos parecíamos todos. Tengo la sensación de que nadie estaba ahí por elección propia. Era un piso primero o segundo de un edificio viejo de Santa Fé mas o menos a la altura de Azcuénaga o Larrea. Hacía un calor insoportable; me acuerdo de unos pisos de madera hechos mierda, que crujían. Entre los alumnos "fijos" había algunos que parecían ir hacía muchos años; mantenían una relación casi materno-filial con las instructoras. Eran dos o tres muchachos con síndrome de down que mecanografiaban bien. Al menos mucho mejor que nosotros los primeros días. Y creo que las profesoras sin decirlo los usaban como ejemplos para humillarnos e incentivarnos a mejorar: no podíamos hacerlo peor que esos condenados. 

Nosotros no hablábamos con nadie. No entiendo bien por qué no nos negamos a ir al principio de todo. Creo que eran cuatro horas al día, una cosa insoportable que ningún adulto sin problemas mentales elegiría para sí mismo. Nuestro único gesto de rebeldía era hacernos mínimo una paja cada día en el baño de Pitman. Y con revista porno. Hacíamos la gran Padrino: uno entraba al baño con la revista metida en los pantalones, la sacaba, la miraba, se pajeaba rapidito y finalmente la dejaba lescondida detrás del inodoro antes de volver a su puesto a seguir dándole a las teclas. Al ratito el otro pedía permiso para ir al baño y una vez dentro buscaba y utilizaba la revista para su paja rápida correspondiente.

Como en tantas instituciones disciplinarias, los baños eran el único espacio de libertad individual de las academias Pitman.

Tuesday, July 04, 2017

Carísimo y absurdo


"Esto es carísimo y absurdo. Es que es ropa de mercadillo, pero ropa de mercadillo a precios desorbitantes"

Bien. Pero, ¿no sería más correcto decir “a precios desorbitados”? 

Difícil de decidir mientras las dos maneras de adjetivar impliquen sentidos distintos. Desorbitante, si bien es un adjetivo que califica al sustantivo “precios”, lo califica como indirectamente, porque si son desorbitantes, esos precios producen que otra cosa se desorbite. Yo creo que los ojos de la persona que recibe la información de esos precios; los ojos que se salen de órbita, ante la presentación de esos precios tan desajustados respecto a la ínfima calidad de lo que venden. Los precios son "desorbitantes", quiere decir que sacan de órbita, impresionan, contrarían a aquel que tiene noticia de ellos.

En cambio, desorbitados, pienso yo que en cierto modo es más correcto, o, en todo caso más simple, más claro, porque ahí sí que desorbitados califica al sustantivo “precios” sin intervención de nadie, prescindiendo de toda experiencia o mediación subjetiva: simplemente, son ellos, los precios, los que están fuera de órbita si se dice de ellos que están desorbitados. Sí, esto supondría que hay, que existe una órbita de los precios, de la cuál estos pueden salirse, convirtiéndose entonces en “precios desorbitados”. No es demasiado difícil aceptar esto. 

Y con “no sé, tío, creo que se está volviendo loco. No hace más que comentarios desquiciantes”, ¿ocurriría lo mismo? No lo parece.

Los comentarios desquiciantes son los que desquician a quién los escucha. Si bien “desquiciantes” es un adjetivo que califica al sustantivo “comentarios”, lo hace, otra vez, indirectamente. Porque el que resulta desquiciado es aquel que recibe los comentarios desquiciantes.
Pero cuando decimos “comentarios desquiciados”, son ellos, los comentarios, los que estarían fuera de quicio. Lo cual, por otro lado, implicaría que existe un quicio de los comentarios, del cual estos pueden salirse, convirtiéndose entonces en “comentarios desquiciados”.
Yo creo que esto último no debería ser tan fácil de aceptar. Porque creo que no está tan claro que los comentarios tengan un quicio del cual pueden salirse. Eso implicaría que rige la sensatez, la prudencia; sólo así tiene sentido calificar de desquiciados unos comentarios.

No tengo problema en aceptar que los precios tienen una órbita de la cual pueden salirse. Pero no estoy todavía dispuesto a aceptar que los comentarios tienen un quicio del cual podrían salirse. 

Soy un renacuajo anti-liberal y nihilista.

Por eso, al final, me quedo toda la vida con precios desorbitados y comentarios desquiciantes. Lo cual, sin duda, es carísimo y absurdo.


Sunday, July 19, 2015

Los niños chinos exiliados

Los niños chinos exiliados son seres superiores. Los hijos de los señores chinos que vinieron a España en los últimos veinte años y pusieron una tienda de alimentación-frutos secos. Esos nenes que pululan por esas tiendas; que van al colegio, hablan en castellano, atienden el negocio si hace falta y miran tele china por internet todo el verano. Esos niños acostumbrados a pasar tardes enteras dentro de esas tiendas que no usan nunca aire acondicionado haga el calor que haga. Esas tiendas autoritarias, que no tienen ninguna pretensión estética ni estrategia comunicacional porque saben que la gente no tiene más remedio que comprar ahí por los horarios, por la variedad limitada pero pragmática que ofrecen. En el momento de pagar en un chino, la relación de comprador y chino es la menos impostada u ornamentada de todos los “momentos de pagar” en cualquier tipo de comercio cara a cara. Es lo más parecido a una mera transacción comercial. Seca y honesta. El chino mira los productos que ponés sobre el mostrador, piensa dos segundos y te dice cuanto es. A veces usa una calculadora. No quiere caerte bien, le importás un huevo. Si necesitás te da bolsas; las gracias no suele.

Si un día no querés, no lo saludás; eso no le molesta para nada. No te va a fiar. En eso se parece a otra de las transacciones cuasi puras: la del pago en la caja del supermercado. Pero incluso la cajera sigue y debe representar, más o menos eficazmente, una política-retórica de empresa. El chino, no; el chino parece no necesitar retórica. Una vez una cajera de una de las cadenas de supermercados más grandes de España me sermoneó en el momento de pagar por pedirle “demasiadas” bolsas de plástico. “Hay que cuidar más el medio ambiente señor” deslizó cual monja verde a sueldo de la Nada.

Una china de un chino jamás haría algo así. Para empezar, ¿cuántas cajeras chinas de supermercado hay? No hay. Y ¿mucamas chinas? No hay. No digo que hay pocas o poquísimas, digo que no hay.
No hacen ningún trabajo en el que tengan que caretear pleitesía. Hay latinoamericanas, centro europeas, marroquíes y alguna africana incluso como ejército raso laboral de supermercados, gasolineras, fábricas. Y también como servicio doméstico. Los chinos no están, los chinos  van a lo suyo.

La relación de los locales con los chinos es muy distinta que con las demás minorías inmigrantes. Un español está acostumbrado a compartir y competir con y contra los inmigrantes no-chinos en y por el trabajo; a los chinos tan sólo les compra cosas cotidianamente. Están siempre del otro lado del mostrador. Para bien y para mal.

Pero los niños, no. Porque los niños chinos van al colegio ¿Son buenos alumnos? ¿Les importan las notas? ¿Tienen amigos no-chinos? Creo que les importan las notas, pero no son los mejores alumnos. Aún. 

Se ve a claramente que esos niños chinos serán diez veces más inteligentes, más valientes y más sabios que nuestros hijos.

¿Serán europeos alguna vez?

Sería espectaculal.



Friday, May 22, 2015

El apocalipsis alvesre

Un escritor tiene mucho éxito. El sueño de tantos: respetado y ensalzado por la crítica más exigente y venerado y seguido por un público no masivo, pero si grande y fiel. Con el tiempo se organizan grandes congresos sobre su obra. Hay decenas de tesis doctorales descifrando la conexión de sus torrenciales historias y de sus invenciones visionarias con las ciencias de la época, con la religión y con la política.

Pero el tipo es tan ambicioso que el éxito le amarga la vida: leer, ver y oír a tantos pelotudos hablando sobre sus libros y sobre su figura lo decepciona. Nunca acude a esos congresos. No da entrevistas. No presenta sus libros. Pero ni así consigue sentirse bien.

Entonces decide destruir la literatura. Por lo menos intentarlo. Ponerse el cinturón de dinamita,  entrar al shoping and see what happens.

En su nueva novela, “Vestigios idólatras”, incluye al final una declaración; un epílogo en el que da una “Interpretación Oficial” de la novela. Explica que sus obras tienen un mensaje muy determinado, conformado por lo que él quería decir cuando las escribió. Él no escribe arbitrariamente. Todo lo otro que se diga de la novela está equivocado a priori. Sólo hay una interpretación que es la intención del autor. La intención de él.

Gran revuelo.

A partir de “Vestigios idólatras” cada libro nuevo suyo  trae al final una “Interpretación Oficial”. Paulatinamente las “Interpretaciones Oficiales” ganan protagonismo en la recepción de sus obras: la mayoría de reseñas dedican más párrafos a hablar de la I.O. y del juego que da su diálogo con la novela que a hablar de la novela misma.

El procedimiento se vuelve rápidamente una moda en el mundo literario y muchísimos escritores empiezan a anexar al final de cada libro una “Interpretación Oficial”. Esto lleva poco a poco a que las I.O. vayan requiriendo más esfuerzos y vayan aumentando de tamaño. Aumentando de tamaño comparado con la novela propiamente dicha. Las novelas van siendo cada vez más cortas y las I.O. que van al final, los “epílogos explicativos” (como un crítico paraguayo los denominó) cada vez más largos. Las novelas tienden a ser una mera excusa para transmitir las ideas de la I.O. y van menguando irreversiblemente.

Al final la obra de ficción desaparece y deja su lugar a la interpretación.

La interpretación jamás vuelve a necesitar bastón alguno en el que apoyarse.


Saturday, November 22, 2014

Cancher tale




tu habilidad para fingir

que no me mirás

me hace sentir


mucho mas mirado






Friday, October 24, 2014

El hijo intelectual del votante de Felipe


Cuando el hijo intelectual del votante de Felipe se rebeló ya tenía 40 y malfingía silbar las melodías tristes del neocantautor desafinado.
Logró mantenerse muchos años en el lado pureta de la vida el hijo intelectual del votante de Felipe: el ciclo era guapo, daba hasta para no votar.
Fucolt, Negri, Agamben, Laclau, Zizek. El hijo intelectual del votante de Felipe es sofisticadito buscando legitimación.


No hay mayor enemigo que Felipe para el hijo intelectual del votante de Felipe.


 No sabe leerse en un lugar que no sea el de víctima el hijo intelectual del votante de Felipe.
"Élite", "Común", "Gentrificación" son ejemplos de palabras rendidoras en la nebulosa dieta ideológica del hijo intelectual del votante de Felipe.
No es raro que el hijo intelectual del votante de Felipe viva en la segunda vivienda que sus padres compraron para ahorrar.


El hijo intelectual del votante de Felipe disfruta igual que vos y yo cuando cambia su smarfon por 0 € y flipa con la velocidad renovada.
De pibito amaba a  los Pixies y ahora dice que le gusta sobre todo  la cumbia villera.
Sí, la cumbia villera.


Ejem.


Pero al fin y al cabo, el hijo intelectual del votante de Felipe solo clama por un poco de épica. No es para tanto. Hay que entenderlo.
Busca nuevos modelos de paternidad el hijo intelectual del votante de Felipe; habla en femenino para que las compas no se enojen.
Ama las caminatas por la montaña y nunca se pegó con nadie.


"Virgencita, virgencita que me quede como estoy, que me quede como estoy..." se descubrirá murmurando a los 60 en su insomnio incurable el hijo intelectual del votante de Felipe.


Monday, September 22, 2014

En las antípodas de Mompracem



Aunque sé que ese móvil viejo que tenés se queda sin bat todo el rato, cuando veo que tu última conexión es de hace tantas horas me entra una angustia boba pero imbatible que gobierna de taquito mi espíritu hasta que te veo. 

¡Carajo!


                                                 ***