Thursday, January 06, 2011

Sobre goznes de libertad giraban puertas de bronce

De mis años en París. Beca. Mucho tiempo muerto. De paja. Días de huir de la biliotheque. De escapar de los estudiantes y los profesores y toda la mierda obsesiva. Con el mito del auteur a punto de quebrar. Días de pasear por Pigalle. De comprarle una coca malísima, superespídica a un negro, de meterme en un sex shop de esos enormes, de la era de las “cabinas”. Esas cabinas en las que te podías encerrar a ver 120 canales de porno, durante horas, poniendo monedas, metiéndote rayas, matándote a pajas. Esos sábados fríos de adiós Aristóteles, hola Simona Valli. 120 canales distribuidos en zonas o franjas por estilos de porno, por inclinaciones sexuales. Una franja de porno yankee de 30 canales, otra de porno europeo también de 30; pero después, siempre había otras cosas: una franja sado-maso de 10 canales, una gay de 20 canales, y también, en algunos sex shop, una franja dedicada directamente a barbaridades asquerosas como sexo de embarazadas con perros o coprofilia. Alguna vez, después de unas cuantas horas y pajas, cuando mi pene estaba ya totalmente anestesiado por la acumulación de eyaculaciones y cocaína, yo me permitía curiosear fuera del porno convencional. Eran como unos “recreos” durante los que no era posible calentarme, no era posible seguir trabajando; estaba como inmunizado y me sentía seguro para investigar en perversiones que de haberme calentado me hubieran avergonzando. Al verlas en ese estado amansado, sexualmente vegetativo, podía mirar sin sentirme implicado por la calentura. Husmeaba un poco entonces en esas desagradables escenas en las que desagradables personas enfundadas en látex se pinchan, rajan o queman el cuerpo, o miraba como un negro musculoso se la chupaba a un blanco escuálido, o cómo una embarazada de 6 meses era enculada por dos adolescentes que le decían mamita, mamita, o miraba incluso un rato, con curiosidad consternada, los canales de coprofilia y coprofagia. Canales que parecían estar copados totalmente por Alemania. Había mucho inglés, algo de francés, un poco de español, japonés, indio o árabe en los otros canales, mucho doblaje cutre, por supuesto; pero en los canales de gente jugueteando con mierda, fornicando alegremente sobre pequeñas montañas de caca recién hecha, en esos canales, dominaba al cien por cien el alemán. Y no doblado. Alemán grabado en directo en estas sesiones de amantes de la caca que ya eran bastante “amateur” en una época en la que ese sub-género (el “tag” se diría muchos años después, en la era del streaming) era marginal sino inexistente. Recuerdo la alegría de esas señoras gordas, blanquísimas, bastante maquilladas, untándose por el pecho la caca que acaba de salir del culo de un señor también blanquísimo. Alegría, risas, camaradería alrededor de la mierda; espíritu de compartir ese juguete pastoso, oloroso, vivo, espíritu solidario en el disfrute de la caca. Simpático. Si uno lograba sustraerse de la presencia central de la mierda, el ambiente de esas filmaciones era simpático. Esa sensación rara de simpatía recuerdo. Pero también y quizás más, recuerdo un pequeño detalle, una “nota de color” de aquellas producciones germanas: un individuo que salía en dos o tres películas, enjuto, casi viejo, medio desdentado, barbita desordenada en la pera, un pene enorme, largo, muy largo, pero siempre flácido, y un culito huesudo por el que…hacía caca verde.

Sí: una caquita fina y verde, muy parecida a la caca de perro por la forma, pero más brillante, casi fluorescente. El momento en el que este señor cagaba, jaleado, alentado, aplaudido por un corro de adoratrices ya bien embadurnadas en mierda vulgar (marrón), era el súmmum de estas filmaciones. La fascinación incontenible de esas mujeres (e incluso de algunos hombres) por la mierda verde, es difícil de olvidar. Y la sonrisa de triunfo tranquilo de este muchacho mientras era limpiado con fruición por lenguas dementes, su cara pícara de satisfacción por ser el más grande, inimitable para sus colegas -el verdadero messi del porno alemán coprofílico de los 80’-, le aseguran una mancha (¿por fortuna?) indeleble en mi memoria.