Friday, May 22, 2015

El apocalipsis alvesre

Un escritor tiene mucho éxito. El sueño de tantos: respetado y ensalzado por la crítica más exigente y venerado y seguido por un público no masivo, pero si grande y fiel. Con el tiempo se organizan grandes congresos sobre su obra. Hay decenas de tesis doctorales descifrando la conexión de sus torrenciales historias y de sus invenciones visionarias con las ciencias de la época, con la religión y con la política.

Pero el tipo es tan ambicioso que el éxito le amarga la vida: leer, ver y oír a tantos pelotudos hablando sobre sus libros y sobre su figura lo decepciona. Nunca acude a esos congresos. No da entrevistas. No presenta sus libros. Pero ni así consigue sentirse bien.

Entonces decide destruir la literatura. Por lo menos intentarlo. Ponerse el cinturón de dinamita,  entrar al shoping and see what happens.

En su nueva novela, “Vestigios idólatras”, incluye al final una declaración; un epílogo en el que da una “Interpretación Oficial” de la novela. Explica que sus obras tienen un mensaje muy determinado, conformado por lo que él quería decir cuando las escribió. Él no escribe arbitrariamente. Todo lo otro que se diga de la novela está equivocado a priori. Sólo hay una interpretación que es la intención del autor. La intención de él.

Gran revuelo.

A partir de “Vestigios idólatras” cada libro nuevo suyo  trae al final una “Interpretación Oficial”. Paulatinamente las “Interpretaciones Oficiales” ganan protagonismo en la recepción de sus obras: la mayoría de reseñas dedican más párrafos a hablar de la I.O. y del juego que da su diálogo con la novela que a hablar de la novela misma.

El procedimiento se vuelve rápidamente una moda en el mundo literario y muchísimos escritores empiezan a anexar al final de cada libro una “Interpretación Oficial”. Esto lleva poco a poco a que las I.O. vayan requiriendo más esfuerzos y vayan aumentando de tamaño. Aumentando de tamaño comparado con la novela propiamente dicha. Las novelas van siendo cada vez más cortas y las I.O. que van al final, los “epílogos explicativos” (como un crítico paraguayo los denominó) cada vez más largos. Las novelas tienden a ser una mera excusa para transmitir las ideas de la I.O. y van menguando irreversiblemente.

Al final la obra de ficción desaparece y deja su lugar a la interpretación.

La interpretación jamás vuelve a necesitar bastón alguno en el que apoyarse.