Monday, April 14, 2008

Le cortaron las alas meta

“Igual que los consumidores de libros de autoayuda, igual que los adictos a las terapias, los aficionados a los talleres literarios son los pepinillos de la hamburguesa. Quieren jugar a la ruleta, pero sin ruleta”

El problema de mi primo Fernando es que estas opiniones pseudo intempestivas no las tiene como meros entretenimientos de café. Un día decidió que un proyecto de escritor de alta catadura metaliteraria como él mismo (sí, más un metaliterato que un literato) debía plasmar sus opiniones despectivas sobre los talleres literarios en una novelita con escenario en un taller literario y con los asistentes y su profesor como personajes centrales.

Argumentos devastadores de gran metaliterato para ilustrar la porquería que son los talleres literarios no le faltaban para dar cuerpo a su nouvelle metalitararia. Pero su minuciosidad, su compromiso con el trabajo de la escritura, lo obligaban a realizar una investigación previa a la redacción, un estudio profundo del campo en el que se iba a desarrollar su trituradora ficción. Como Ian McEwan que había estudiado durante años cirugía para escribir una novela narrada en primera persona por un cirujano. O sea, para llegar a manejar con precisión de cirujano la materia literaria de su tema, era necesario acudir como asistente a un taller literario por un buen tiempo. Menuda contradicción: partiendo de su repugnancia por los talleres literarios llegaba a la necesidad artística de conocerlos de primera mano, someterse a su influjo.

Y pudo más el afán de gloria de Fernando “el metaliterato” que su sentido de la coherencia. Fernando se anotó entonces en un taller literario, y se sometió para investigar en carne propia los efectos mediocrizadores de la escritura que él creía inherentes a la asistencia a un taller literario. Es decir, realizó con ahínco todos los ejercicios y escribió ese año casi más que en los cinco anteriores, solamente para cumplir con los ejercicios propuestos por el profesor Simón y sumergirse en la escritura y en la vida de taller literario.


En el modus operandi del taller, el profesor Simón, tarde o temprano copulaba con las asistentes feminas.

Pero, ¿y los asistentes varones?

Fernando aprendió con amargura y sobre su propio cuerpo que la vocación de Simón, (y del profesor de talleres literarios en general, si damos crédito a la teoría de Guerrero) era universal: copulaba con todo pretendiente a escritor que se pusiera bajo su tutela.

Al final Fernando no escribió el libro, porque tras las vejaciones físicas y literarias a las que fue sometido por Simón y sus alumnas, su escritura se había vuelto meramente literaria, los “ejercicios de imaginación” a los que se había sometido, junto a los tocamientos y tijeretas, le habían cortado las alas metaliterarias.

Sin embargo, queda, por qué no decirlo también; sí, queda cada vez que se le pregunta por el tema, un brillo metaliterario en sus ojos, una rendija de esperanza cuando responde, apoyado en la barra, bien agarrado a la jarra de granadina: “¿El tema de los talleres literarios? Sí, es como dije antes que nada: al asistir a ellos nos convertimos para siempre en los pepinillos de la hamburguesa”